Avatar
Una vez mas definitivamente el rey del mundo James Cameron aparece ante nosotros con esta majestuosa obra digna del cine y sus adelantos; es justificado el presupuesto utilizado que hace de esta cinta la mas costosa en la historia cinamatografica.
Esta es la primera vez que siento que una proyección 3D le hace justicia al medio 3D, y no simplemente hace saltar objetos fuera de la pantalla porque puede. En lugar de eso, AVATAR te atrapa – en algunas escenas más que en otras – y te deja casi ser parte de ello. Hay una escena en particular en donde el personaje antagónico (el Coronel Quaritch, interpretado por Stephen Lang) mira a través de su espejo retrovisor y se ve a sí mismo. La manera en que es filmado nos hace pensar que nosotros estamos ahí, hasta que el reflejo de Quaritch nos da en la cara. ¿Nos estará diciendo algo Cameron?
La historia se ubica en Pandora, un satélite ficticio de Polyphemus, en donde Jake Sully (Sam Worthington), un ex marine paralítico llega para participar en el programa Avatar, el cual le permitirá transmitir su subconciente a un cuerpo especialmente diseñado que se asemeja a un Na’vi, humanoides azules nativos de Pandora.
Sully junto a otros científicos que estudian la cultura Na’vi (uno de ellos la Dr. Grace interpretada por Sigourney Weaver) son enviados para intentar y descubrir como negociar con esta sociedad y reubicarlos porque viven sobre una enorme concentración de una valioso mineral que crece en su tierra, y los humanos lo desean… aunque sea por la fuerza. No pretendo adelantar mucho, ya que os invito a mirar y sacar sus propias conclusiones.
Durante los últimos años James Cameron ha insistido en que Avatar cambiaría la forma de ver y hacer cine. Con su persistencia en el mismo mensaje, Cameron ha provocado una autosugestión en su público: lo que íbamos a presenciar era algo revolucionario, único, inmejorable. Del mismo modo Cameron ha sabido llevar esas expectativas a su terreno, hablando siempre de mejora tecnológica, incidiendo en el 3D, la ingeniería gráfica, la interacción entre personajes digitales y reales, la meticulosa creación de un medio ambiente artificial y la potencia desmesurada de los efectos especiales. Toda su carrera ha estado siempre marcada por una ambición desmedida por subirse el listón y encontrar nuevos niveles para el espectáculo, aprovechando al máximo las virtudes que le ofrece la técnica, pero sin descuidar nunca la dignidad de la historia ni la conexión del espectador con los personajes. Sin embargo Avatar, tal vez debido a sus enormes pretensiones, su sobrecarga de efectos especiales o por la aparente simpleza de su sinopsis, había levantado fuertes dudas sobre su fondo, su alma, esa parte que, vista a través de la forma y el artificio, es la esencia auténtica del cine. Avatar es por supuesto un espectáculo cinematográfico memorable, una obra, tal y como se anunciaba, revolucionaria, que eleva un grado más la experiencia del espectador frente a la pantalla. Los escenarios, aunque tal vez demasiado coloristas, son de una belleza embriagadora, los Na’vi gozan de una expresividad orgánica jamás vista antes en personajes recreados por ordenador, las escenas de acción son adrenalínicas e impresionantes, las batallas épicas, el sonido extraordinario, la banda sonora muy adecuada y el ritmo narrativo casi perfecto. La historia, en cambio, es tópica, los personajes rozan el estereotipo y su evolución es previsible. El guión se centra en convertir a los indígenas azules en émulos de los nativos norteamericanos (o los vietnamitas, iraquíes, africanos, cualquier raza oprimida por el primer mundo…) y a la raza humana en el representante brutal de la ambición desmedida. Críticas al militarismo, el imperialismo e incluso el capitalismo son evidentes, así como odas a la ecología, la paz y la conexión interior entre todos los seres. Sin embargo, estas taras en el libreto pasan totalmente desapercibidas. Cameron, sabio profesional, cautiva en lo sensorial pero también en lo emocional, guiando al espectador al disfrute visceral de la cinta y alejándolo de análisis cerebrales. La película se goza con la mirada pero también con el corazón, y ante ese poder de conmover no hay recriminación posible. Avatar es épica, soberbia y ante todo emotiva. Una obra de entretenimiento sobresaliente que invita a ver el mundo con otros ojos.
Por otra parte la actuación estuvo muy aceptable, sin descargar ni sobresalir para alguna nominación, pero se acentúa convence y se siente con gran peso.
Esta es la primera vez que siento que una proyección 3D le hace justicia al medio 3D, y no simplemente hace saltar objetos fuera de la pantalla porque puede. En lugar de eso, AVATAR te atrapa – en algunas escenas más que en otras – y te deja casi ser parte de ello. Hay una escena en particular en donde el personaje antagónico (el Coronel Quaritch, interpretado por Stephen Lang) mira a través de su espejo retrovisor y se ve a sí mismo. La manera en que es filmado nos hace pensar que nosotros estamos ahí, hasta que el reflejo de Quaritch nos da en la cara. ¿Nos estará diciendo algo Cameron?
La historia se ubica en Pandora, un satélite ficticio de Polyphemus, en donde Jake Sully (Sam Worthington), un ex marine paralítico llega para participar en el programa Avatar, el cual le permitirá transmitir su subconciente a un cuerpo especialmente diseñado que se asemeja a un Na’vi, humanoides azules nativos de Pandora.
Sully junto a otros científicos que estudian la cultura Na’vi (uno de ellos la Dr. Grace interpretada por Sigourney Weaver) son enviados para intentar y descubrir como negociar con esta sociedad y reubicarlos porque viven sobre una enorme concentración de una valioso mineral que crece en su tierra, y los humanos lo desean… aunque sea por la fuerza. No pretendo adelantar mucho, ya que os invito a mirar y sacar sus propias conclusiones.
Durante los últimos años James Cameron ha insistido en que Avatar cambiaría la forma de ver y hacer cine. Con su persistencia en el mismo mensaje, Cameron ha provocado una autosugestión en su público: lo que íbamos a presenciar era algo revolucionario, único, inmejorable. Del mismo modo Cameron ha sabido llevar esas expectativas a su terreno, hablando siempre de mejora tecnológica, incidiendo en el 3D, la ingeniería gráfica, la interacción entre personajes digitales y reales, la meticulosa creación de un medio ambiente artificial y la potencia desmesurada de los efectos especiales. Toda su carrera ha estado siempre marcada por una ambición desmedida por subirse el listón y encontrar nuevos niveles para el espectáculo, aprovechando al máximo las virtudes que le ofrece la técnica, pero sin descuidar nunca la dignidad de la historia ni la conexión del espectador con los personajes. Sin embargo Avatar, tal vez debido a sus enormes pretensiones, su sobrecarga de efectos especiales o por la aparente simpleza de su sinopsis, había levantado fuertes dudas sobre su fondo, su alma, esa parte que, vista a través de la forma y el artificio, es la esencia auténtica del cine. Avatar es por supuesto un espectáculo cinematográfico memorable, una obra, tal y como se anunciaba, revolucionaria, que eleva un grado más la experiencia del espectador frente a la pantalla. Los escenarios, aunque tal vez demasiado coloristas, son de una belleza embriagadora, los Na’vi gozan de una expresividad orgánica jamás vista antes en personajes recreados por ordenador, las escenas de acción son adrenalínicas e impresionantes, las batallas épicas, el sonido extraordinario, la banda sonora muy adecuada y el ritmo narrativo casi perfecto. La historia, en cambio, es tópica, los personajes rozan el estereotipo y su evolución es previsible. El guión se centra en convertir a los indígenas azules en émulos de los nativos norteamericanos (o los vietnamitas, iraquíes, africanos, cualquier raza oprimida por el primer mundo…) y a la raza humana en el representante brutal de la ambición desmedida. Críticas al militarismo, el imperialismo e incluso el capitalismo son evidentes, así como odas a la ecología, la paz y la conexión interior entre todos los seres. Sin embargo, estas taras en el libreto pasan totalmente desapercibidas. Cameron, sabio profesional, cautiva en lo sensorial pero también en lo emocional, guiando al espectador al disfrute visceral de la cinta y alejándolo de análisis cerebrales. La película se goza con la mirada pero también con el corazón, y ante ese poder de conmover no hay recriminación posible. Avatar es épica, soberbia y ante todo emotiva. Una obra de entretenimiento sobresaliente que invita a ver el mundo con otros ojos.
Por otra parte la actuación estuvo muy aceptable, sin descargar ni sobresalir para alguna nominación, pero se acentúa convence y se siente con gran peso.
Puntuación 8/10
Comentarios
Un saludo.
Pero oye creo que Cameron siempre da de q hablar y le doy mucho merito a su trabajo, creo merecido el 10....Apesar de las viejas estrateguias utilizadas en materia de drama, las vi acertadas, jugaron mucho con el espectador forzando un poquito la historia en la parte cuando cortaron el arbol y muchas veces... peor a mi em gusto demaciado....